Un poco más allá
Por momentos que parecía que los dioses primigenios se disponían a
lanzar sobre nosotros, los mortales, toda la ira acumulada en sus
disputas por el poder desde los tiempos en que nuestro mundo no era sino
una diminuta e incandescente esfera en la inmensidad del universo. La
negrura que lo cubría todo, se iluminaba cuando airados relámpagos se
enseñoreaban en los cielos, llamando a sus hermanos, los truenos, que
retumbaban ensordecedores, cuando aquellos desaparecían. Las gotas de
lluvia, que hasta entonces, se habían mantenido como comparsas,
quisieron tomar protagonismo creciendo más y más, formando una
impenetrable cortina de agua. Por si no fuera suficiente, enloquecidas
por su demostración de fuerza, decidieron transformarse en helados
proyectiles, cubriéndolo todo. La oscuridad de los cielos, la blancura
de los suelos, las luces de los relámpagos, el sonido de los truenos,
reunidos en el caos, hacían presagiar el fin del mundo.
Sin
embargo, a lo lejos, en el horizonte, comenzó a divisarse la esperanza
en forma de apacible claridad. Según avanzábamos, los sonidos de la
tormenta fueron decreciendo, quedando atrás. El cielo se fue tornando
más amable. Pronto, lo que habíamos vivido hacía poco, quedaría como el
recuerdo de un mal sueño. Parecía que todo iba terminar, y así habría
sucedido, de no haber sido capaces de ir un poco más allá.
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