El paseo
Cada día, casi a la misma hora, salía a pasear con su soledad y su perra, caminando despacio y en silencio para no despertar la hierba que aún dormitaba entre las sombras de la noche que se resistía a marchar. Escuchaba en la lejanía, la desesperada llamada del gallo a un sol que pronto daría paso al amanecer y los potentes ladridos de un perro guardián desvelado de sus sueños perrunos por el ruido inoportuno de algún gato trasnochador que regresaba tras una noche de aventuras buscando un lugar tranquilo donde poder descansar. Percibía el madrugador concierto de los pájaros que, protegidos entre las ramas de los árboles cercanos, interpretaban sin director y sin descanso, entonando cada uno su propia melodía. Aquel paseo no era ni largo ni corto, era suficiente para afrontar con fuerza cualquier contratiempo que se presentara en las horas posteriores y servía de bálsamo para aliviar las dudas, las pequeñas preocupaciones y los obstáculos que no habían sido resueltos con el descans