Caminando...

Existen ciudades cuyas calles son circulares. La mayoría de sus gentes, las recorren cada día. Siempre en el mismo sentido y con el mismo ritmo. Cada pisada, exactamente sobre la huella de la jornada anterior... La vida de los habitantes de las Ciudades Circulares es también circular. Cada lunes, cada martes, cada miércoles... Todos los días son copias exactas de los vividos anteriormente. Sus habitantes son distintos en apariencia, porque en el fondo son seres anodinos, planos, previsibles, incapaces de cambiar ni una sola coma del guión que han decidido interpretar para siempre. No entienden de cambios salvo en cuestiones materiales. Les aterra la palabra rebeldía. No entienden lo que significa renovarse. Son críticos con quienes, en algún momento de su existencia,  deciden romper con la monotonía y con las reglas, escapando del círculo para buscar lo diferente más allá de los muros que cercenan su libertad y su desarrollo como persona. Curiosamente, muchas Ciudades...

Existe una imperceptible línea delimitando la frontera entre el cielo y el mar, allá en el horizonte. Del mismo modo, hay un instante en que las emociones que te envuelven sufren una mutación espontánea. Algo, hasta entonces adormecido, despierta, se despereza y emerge con fuerza. No existe un único detonante que provoque este repentino despertar. Una melodía, un abrazo, una frase, un amanecer, una imagen, un paisaje, el sonido del mar, una mirada, el susurrar de las hojas, un verso, una sonrisa, la noche, un sueño. Enumerarlas todas es absolutamente imposible. Las posibilidades son infinitas porque cada persona las percibe de diferente modo y se pueden mezclar entre ellas. De alguno de estos destellos inesperados es posible que nazca una relación de amistad, de compromiso o de amor.