Batalla

No puedo evitar la sensación
de sentirme como un soldado,
que aislado en la trinchera,
intenta preservar su vida,
su futuro y sus ilusiones
entre los cadáveres de los compañeros.

Se hace eterna la espera desesperada
del ataque definitivo del enemigo,
que trata de eliminar el último reducto
de libertad ideológica
y vital que he siempre he defendido.

La incertidumbre que rodea esta batalla,
definitiva en el curso de la guerra,
acentúa la necesidad de un desenlace
rápido y decisivo.

La victoria, nuestra victoria,
supondría la erradicación de la injusticia
y aseguraría la fraternidad
entre todos los seres humanos
que poblamos este maravilloso mundo
que llamamos tierra.

La derrota, nuestra derrota,
nos abocaría al fratricidio entre iguales
y convertiría este planeta azul
en un infierno de desigualdad y de miseria.

No existe ninguna señal que indique
que estamos en el terreno de los vencedores,
y sí la certeza de que ellos,
los poderosos, los insensibles, los miserables,
los fascistas, los xenófobos, los malvados
harán sangre de los vencidos,
si triunfan.

Nuestras armas no están cargadas de odio,
sino de amor y futuro. 

No así las del enemigo,
forjadas con desprecio,
alimentadas con rencor.

Hace frío, llueve
y la situación se torna insostenible,
pero no renuncio a seguir luchando.

Moriría si no lo hago
aunque la vida se me vaya en ello...


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