El Viaje

Ni todos los viajes, ni todos los viajeros son iguales. Aún teniendo el mismo destino, la percepción de lo vivido resulta diferente. Las emociones sentidas ante cualquier estímulo sensorial dependen de cada uno. La diversidad de receptores es muy grande. El sexo, la edad, la condición social, la educación, el estado de ánimo, etc, son condicionantes que determinan dichas sensaciones. 
El viaje no deja de ser una continua sucesión de acontecimientos e imprevistos que muchas veces exceden positiva o negativamente nuestras expectativas. 
Quienes han viajado poco en general, valoran en exceso el exotismo, la lejanía y el riesgo, sin tener en cuenta las verdaderas motivaciones que existen detrás de cada individuo. 
Hay viajeros que viajan sólo por el hecho de huir de una vida monótona y anodina que no le permite reconocer y disfrutar de las pequeñas maravillas que le rodean en el día a día. 
Otros son incansables buscadores de nuevos horizontes, de nuevas culturas, de nuevas formas de vivir, de pensar, de sentir…
Pero el viaje más difícil, el más complicado, el que puede resultar verdaderamente placentero y desembocar en un cambio radical y efectivo en la vida es, sin lugar a dudas, aquel que permite encontrarse con uno mismo al margen del tiempo y del espacio. 
Es un viaje necesario, particular, personal e intransferible y debe hacerse siempre que sea necesario atendiendo al llamado del alma. 
No es preciso recorrer largas distancias, ni interminables esperas en andenes o puertas de embarque, ni pasaportes, ni mochilas, ni maletas, ni nada. Sólo actitud y unas ganas enormes de progresar, de ser mejores personas, de cambiar, de admitir nuestros límites, nuestras carencias, nuestras aptitudes, nuestro auténtico ser, sin diluirse entre la multitud.


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