En la oscuridad de la noche
Aprovechando la oscuridad de la noche, se diluyó entre las sombras que se proyectaban en el suelo húmedo por la insistente lluvia que no había dejado de caer durante la última semana. Su incorporeidad le permitía desplazarse de forma rápida y silenciosa y adentrarse en lugares vetados, hasta entonces, por la leyes físicas. Acertó a colarse, sin pretenderlo, entre el abrazo inexperto y nervioso de una pareja adolescente cuando se descubrían por primera vez. Más adelante, escuchó las emocionadas y tristes palabras de un adiós que era en realidad un hasta nunca. Advirtió el aroma a perfume barato de una mujer de edad indefinida que observaba la calle detrás de las cortinas, con impaciencia, mientras fumaba un cigarrillo. Vio cómo un indigente se aprestaba a preparar su lecho, tratando de protegerse de los rigores de aquella primavera que aún no acababa de despertar, murmurando algunas palabras ininteligibles y con los ojos enrojecidos por la tristeza y el exceso de vino barato.
De repente, se dio cuenta que en aquel estado de sutilidad oscura sólo podía apreciar situaciones sombrías, inciertas, carentes de la luz y de las imprescindibles pinceladas de color necesarias para la vida. Notó un intenso frío en el alma. Una sensación de ahogo hizo que su vista se nublara. El temor se adueñó de su espíritu y corrió, preso de de ese temor, hasta que su alocada carrera se detuvo bajo los destellos naranjas de una farola que encontró en su camino. Bajo su protección, recobró la tangibilidad de su cuerpo. Sintió cómo la sangre retornaba a sus venas y le devolvía el calor y el sosiego perdidos.
Entendió entonces, que debía enfrentarse a cualquier dificultad que encontrara en su tránsito por la vida sin esconderse, sin disfraces, mirándola cara a cara, utilizando siempre toda la gama de colores que proporciona una sonrisa para evitar percibir lo que le rodeaba con los claroscuros del ceño fruncido.
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